lunes, 2 de noviembre de 2009

ENTREVISTA CON VINCENT LINDON

- ¿Qué le conmovió en WELCOME?
- Cuando Philippe me habló de la historia, me conquistó inmediatamente. Recuerdo que al final de una comida, le dije que leería el guión, pero solo por placer. Estaba decidido a hacer la película. Luego, después de haberlo leído, le llamé para decirle cuánto me había gustado esa mezcla de dureza y ternura, y que debíamos rodar enseguida porque me moría de impaciencia.
Lo que me gusta de las películas de Philippe es su capacidad de escoger temas muy potentes. En este caso, el problema de los refugiados en Calais, pero no lo aborda frontalmente. Prefiere centrarse en los personajes, en su vida afectiva, como Simon y Bilal. Pero todo va de la mano en esta película, la historia grande y la pequeña, de ahí que sea tan fuerte dramáticamente.

- ¿Philippe Lioret le habló de Simon?
- Muy poco. Sobre todo hablamos de detalles que pueden parecer poco importantes. Un personaje se construye a partir de elementos instintivos. Durante el rodaje, nos pasamos horas hablando en el bar del hotel, pero no necesariamente de la película. Hablábamos de la vida, de las mujeres, de los hijos, de las películas que nos gustan…

- ¿Cómo se hizo con el personaje?
- Como acabo de decirle, me interesan los detalles. Creo que en cine, el hábito sí hace al monje. En las escenas de la piscina, me centro en la forma en que me quito el chándal, en las chancletas de profesor de natación. Me preocupa saber si la apariencia del personaje que interpreto es creíble, las zapatillas, el silbato, la camiseta y un poco de tripa. Simon es un ex nadador profesional, pero desde que abandonó el mundo de la competición, ha engordado algo. Para convertirme en Simon, decidí engordar yo también. Todo debe ser realista, los personajes, los sonidos que resuenan en el recinto de la piscina.

- ¿Cómo fue el principio del rodaje?
- Nada más llegar a Calais, un sábado por la noche, Philippe me llevó al “muelle del rancho”, donde van a comer los refugiados. Al irnos, nos cruzamos con tres chicos y les llevamos en el coche. No tenían nada, pero no habían perdido la sonrisa. Nos pidieron que les dejáramos en un lugar desierto, muy parecido a un inmenso basurero. No había nadie y no se veía una sola casa. Luego, sin intercambiar una palabra, Philippe me llevó al hotel. Sobraba cualquier comentario. Fueron mis primeros momentos en Calais y ya había visto lo que debía ver.

- Philippe Lioret dice que usted se anticipaba a sus peticiones.
- Me alegro de que lo crea. No busco más en mi profesión, solo moverme como ha imaginado el realizador al escribir el guión, y detenerme en el momento y el lugar idóneos. Cuando se consigue semejante ósmosis, y no pasa a menudo, entonces los dos sabemos que hemos encontrado en el tono correcto.

- Su personalidad y la de Philippe Lioret habrían podido ser motivo de conflicto.
- Desde luego. Muchas personas que nos conocen se temían lo peor. Pero ocurrió exactamente lo contrario. En ningún momento hubo un instante de duda o de falta de confianza mutua. Tenía la impresión de que estábamos llamados a rodar esta película juntos. A pesar de varios intentos fallidos en otras películas suyas, siempre supe en mi interior que algún día celebraríamos un gran encuentro. Fue como conocer a mi doble.

- ¿Cómo fue el rodaje con Firat Ayverdi, el intérprete de Bilal?

- Nunca le consideré como un crío, ni como un actor no profesional. Al principio me di cuenta de que le intimidaba, pero al cabo de unos días se estableció una relación padre-hijo. Acabé sintiéndome tan protector con él en el plató como Simon con Bilal en la historia.

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